El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, declaró que todo está listo “para la mejor Copa del Mundo de todos los tiempos”, sin embargo, a un mes del Mundial, el más caro de la historia y un evento gigantesco para un minúsculo país como Qatar, los obreros trabajan aún en las obras y los organizadores tienen más presión que nunca sobre el legado que dejará el torneo.
El último de los ocho estadios que albergarán partidos mundialistas fue inaugurado a comienzos de septiembre y se espera ya la llegada de los 32 equipos participantes en sus respectivos campos base, empezando por Japón, que será el primer equipo en aterrizar en Qatar el 7 de noviembre.
Sin embargo, los obreros se activan noche y día para acabar otros trabajos en unas calles ya decoradas con los colores del torneo.
Estadios climatizados, cientos de vuelos diarios para los aficionados, derechos de los trabajadores migrantes y de las personas LGBTQ+ ultrajados… Las críticas también son numerosas, lanzadas por las organizaciones humanitarias, los políticos y los medios occidentales, algunos de ellos llamando incluso al boicot al torneo.
Con más de un millón de visitantes esperados en el emirato y 5.000 millones de telespectadores potenciales, el primer Mundial de fútbol en un país árabe y en Oriente Medio debería ser un formidable instrumento al servicio de la notoriedad del pequeño emirato del Golfo.
Qatar no ha escatimado gastos, destinando 6.500 millones de dólares en sus estadios y 36.000 millones en su red de metro, sin contar la construcción de numerosos hoteles y la ampliación del aeropuerto internacional Hamad.
La comparación con ediciones precedentes del torneo es «injusta», asegura no obstante Danyel Reiche, encargado de un proyecto de investigación sobre el Mundial en la Universidad Georgetown en Qatar, y recuerda que «una gran parte de las infraestructuras ya formaban parte de un plan de desarrollo con el horizonte de 2030».
“Rectificar las cosas”
Desde la atribución del torneo en 2010, las autoridades cataríes, los organizadores del torneo y la FIFA, la instancia dirigente del fútbol mundial, se han tenido que justificar en numerosos frentes, algunos de ellos banales, como la ausencia de cultura deportiva en ese país o la estricta reglamentación de la venta de alcohol, y muchos otros de mucho mayor calado: acusaciones de corrupción para obtener la organización del evento o el llamado a constituir un fondo de indemnización para los trabajadores migrantes en las obras del Mundial entre los más destacados.
“Hace ya doce años que los trabajadores y sus familias no han sido indemnizados por las muertes, las lesiones y los salarios impagados. Demasiadas muertes no han sido siquiera investigadas (…) Al menos, podemos rectificar las cosas antes del Mundial”, reclamó Rothna Begum, de la ONG Human Rights Watch, ante la AFP.
El lunes, de nuevo, Infantino se felicitó por las “reformas revolucionarias de Catar que, en el transcurso de los últimos años y por los años venideros, mejoran la vida de miles de trabajadores” e insistió en que “todo el mundo será bienvenido, sea cual sea su origen, su estatuto social, su religión, su sexo, su orientación sexual o su nacionalidad”.
Los medios nacionales, estrechamente vinculados al poder, llevaron a cabo hace una decena de días un ataque coordinado contra las críticas.
El diario en lengua árabe Al Sharq, por ejemplo, estimó que existe una “conspiración sistemática” de los medios de numerosos países europeos, “cuando estos mismos medios han olvidado las condiciones miserables sufridas por los trabajadores en Europa”.
Entrevistada por la AFP en el turístico Souk Waqif, Yasmian Ghanem, golfista catarí, aseguró que “los aficionados se van a divertir mucho” y que “será una experiencia agradable para todo el mundo”.
Consciente de lo que se juega el país, Hani El-Keridi, guía turístico egipcio, asegura estar aprendiendo “mucho para poder ser un embajador del Estado de Catar”.
Información de AFP